Oct 3, 2009
Queja de mí
Llevo un par de meses transportándome de un lugar a otro a pie. Camino diariamente larguísimas distancias con pesados libros bajo los sofocantes rayos del sol a una temperatura de 30°C, hambrienta, sedienta, maldiciendo al mundo. Todo esto con la única intención de ahorrar dinero.
“Ahorrar”.
La gente se me queda viendo, piensa que estoy loca, que tengo problemas. Los niños miran con curiosidad, frescos, desde las ventanas de los autobuses, los chorros de sudor que caen por mi frente con la misma fluidez que las cataratas del Niágara, mientras le dan un sorbo a sus chamoyadas especiales tamaño jumbo de consistencia deliciosa. Y yo sigo caminando, convenciéndome a mí misma de que ahorrar cinco pesos tiene su mérito y requiere coraje, de que soy una guerrera, de que las chamoyadas ni están tan ricas.
¿Pero dónde está el PINCHE dinero?
Eso me pregunto todos los días cuando regreso a casa con la piel ardiente y el pelo mojado y me doy cuenta de que sigo con los mismos zapatos rotos, el mismo pantalón gastado, las mismas cuatro playeras de siempre, los mismos bolsillos vacíos. Me recibe un refrigerador lleno… de aire y una lista escolar de cosas por comprar.
Popó.
Y no, no me quejo de mi familia. Recibo dinero de mis padres para gastos básicos y me pagan la universidad pero no me alcanza porque básicamente soy la peor administradora que conozco. Así de plano. Me quejo de mí.
Grrr.
PERO como siempre le echo la culpa a la genética: porque es más fácil, porque culpar al gobierno ya pasó de moda ,y porque sé que no aprenderé a gastar el dinero hasta que me ponga a trabajar.
(Oséase que al final, ni me quejo de mí )
Y qué.