Desde niño me ha gustado desarmar cosas, abrir cosas y ver qué tienen adentro. Intentar entender como funcionan... para luego volver a poner todo junto y hacer que vuelva a funcionar. Sí, muchas veces sobran piezas y otras, algo queda al revés. Pero el proceso me parece entretenidísimo y bastante educativo. Creo que cuando pasas mucho tiempo haciendo eso de niño es obvio que terminarás estudiando ingeniería.
Otra cosa que me gusta es que los objetos tengan historia, algún valor emocional. Vamos, un objeto nuevo es "bonito" pero para que sea verdaderamente especial se necesita que hayamos pasado algo significativo gracias a él o, mínimo, un tiempo "tuneándolo". Combinen ambas fijaciones y tienen una receta para el desastre: suelo invertir más tiempo del debido arreglando cosas viejas, paseándome por lugares como tianguis y mercados de chatarra para ver qué me interesa o si de casualidad me consigo alguna pieza o refacción que pueda servirme. Por ello es normal que tenga varios "proyectos" en partes regados por ahí, esperando encontrar justo lo que les faltaba para cobrar vida.
Un caso curiosísimo fue el de la lámpara de mi escritorio. Verán, hace muchos años un familiar tenía una tienda de abarrotes y en alguna ocasión de parte de la Pepsi le dejaron una lámpara promocional que en su interior tenía una luz fluorescente. Para no entrar en detalles (soy un friki de las luces y la iluminación y podría hablar horas de las peculiaridades) baste con saber que las piezas de esa lámpara eran más compactas de lo normal y no es fácil conseguirlas sueltas. Luego mi familiar se deshizo de la tienda y la lámpara en cuestión, que era ideal para mis propósitos, se perdió en el tiempo. Pasarían más de 4 años hasta que un día, curioseando por el tianguis de las vías, me encontrara una lámpara idéntica pero con publicidad de la Coca-Cola. La compré al instante, la probé; funcionaba y justo al estar usando las piezas para mi pequeño proyecto conecté un cable al revés (shit happens) y las tan preciadas piezas chuparon faros. Guardé los restos en un cajón, comprobé que conseguir partes nuevas igual de compactas era más caro que una lámpara entera nueva y la vida siguió su curso. Ahí estuvo todo otros dos años hasta que, hace unas semanas en otro paseito por el tianguis, encontré otra lámpara equivalente (de hecho mejor y al mismo precio) y por azares del destino se fueron cruzando en mi camino todas las piezas necesarias para completar lo que había dejado pendiente... dos veces. Así que ahora tengo un lindísimo brillantísimo par de hermanitas gemelas que fueron separadas al nacer.
Así tengo un montón de cosas, tan solo la pantalla de la laptop en la que escribo perteneció a una más vieja y hubo que hacer pequeñas adaptaciones y cosas así. Me gusta la chatarra y me gusta más cuando funciona. Me encanta que las cosas viejas cobren vida de nuevo y los objetos antiguos revivan las glorias de antaño, sean muchas o sean pocas.
Los dejo con una imagen de mi despertador, que estaba arreglando hace unos minutos y que fue por lo que me vino a la mente la idea del post. Y si creen que tener pendiente un proyecto tan "insignificante" como una lámpara por más de seis años es raro ¿que tal arreglar la televisión de tu infancia luego de doce años?
No lo sé bien, pero sentir que las cosas tienen, en algún sentido, un espíritu viejo siempre me despierta una sonrisa.