Jan 21, 2010

Felipe




-Ya está en edad, tengo que llevarlo antes de que se me vaya el dinero en el agua de esas duchas interminables- le dijo Rogelio a su esposa, ella le contestó poniendo los ojos en blanco.
-Has lo que quieras, pero a mí no me andes avisando, esas ideas son tuyas.

Con o sin la aprobación de su esposa, Rogelio ha llevado a sus hijos a la casa de La Cuca, donde uno por uno fueron experimentando los placeres de su primer encuentro con una mujer, una mujer contratada especialmente para guiarlos en el último paso y “ser un hombre”, según las avejentadas creencias de Rogelio.

Felipe era el último, el más chico de todos. Todos lo catalogaban como el más tímido. Siendo el pequeño de la casa, su madre lo trajo pegado a sus faldas la mayor parte de su infancia. Ahora acababa de cumplir 15 años y Rogelio confiaba en que una experiencia como esta, lo despertaría y sacaría de su ensimismamiento.

Una noche como todas, Rogelio salió con su hijo de la casa. Los faroles iluminaban el camino a la popular casa de citas. Mientras caminaban, Rogelio le iba contando a Felipe sobre la reputación que todos los hombres de la familia habían construido en esa casa.

-Cuándo tu abuelo me trajo, estaba tan nervioso que casi me enfermo del estómago, pero ya en la movida le sale a uno lo macho.- le brillaban los ojos al recordarlo, volteó a ver a Felipe que no levantaba la mirada de la calle y siguió contando creyendo que esa era la manera de darle ánimos a su hijo. -Tu hermano Carlos, ese sí que sabe como querer a las mujeres; nada más llega y ya están todas bien formadas para que las escoja. Ya te contará él.

Felipe no tenía interés en saber la fama de semental de su hermano. Sus hermanos lo habían preparado con historias y bromas sobre la casa de La Cuca. Crearon un ambiente barato, con cortinas que escondían mujeres que tenían ganas de todo, camas con quemaduras de cigarro y olores extraños. Entre relatos y nerviosismo, a Felipe le hubiera dado lo mismo terminar la noche en ese momento.

-Ya llegamos, pásale que ya les dije que veníamos y nos están esperando- su padre lo empujó para que caminara por un pasillo que terminaba en una gran estancia. La Cuca, una señora entrada en los cincuentas, hacía juego con el lugar. Paredes con tapiz desgastado y la madera del piso agrietada, como las arrugas en su cara.
-Quiubo Rogelio, ¿con que este es el último de los Ruíz?
-Sí señora, ahí se lo encargo.- Y sin más, Felipe vio como su papa lo dejaba en manos de La Cuca.
-Bueno muchachito, tu padre me contó que eres modesto con la conquistada así que te prepare un regalito de bienvenida. A nuestros clientes los apapachamos para que se sientan en casa.
- Gracias.
-¡Vaya! Hasta que hablas, creí que iba a tener que quedarme de chaperona contigo y Elenita, aunque pensándolo, creo que se van a entender muy bien.

La Cuca tomó de la mano al muchacho y lo llevó al segundo piso, lo paró frente a una puerta blanca y tocó con fuerza, la música dentro del cuarto dejó de escucharse. La puerta se abrió, dejando ver a una muchachita de unos 15 años; tenía cabello negro lacio y sus ojos eran dos almendras con pestañas larguísimas. Ella no era bonita, pero Felipe pudo adivinar apenas unas curvas delicadas, debajo de su camisón azul.
-Bueno, ahí los dejo- la Cuca le disparo una mirada de autoridad a Elena –su papa lo está esperando abajo.- Elena asintió y metió a Felipe en el cuarto.

No era la gran cosa, un tocador con su banquito, una cama con dosel, del cual colgaban sedas limpias pero ya desgastadas. Una lámpara de piso era lo único que iluminaba el lugar. Felipe no podía creer donde estaba, a pesar de que había pagado por ese espectáculo, era la primera vez que entraba al cuarto de una mujer. Sin que se diera cuenta, la niña lo llevó a la cama y lo sentó en la orilla.
-¿Ya sabes qué hacer?- ella estaba segura, Felipe se preguntaba cuántos años tendría.
-No, bueno mis hermanos me platicaron.
-¿Y qué te dijeron?
- Que como era mi primera vez, tú ibas a ayudarme.
-Ah mira… entonces empieza por quitarte los pantalones.

Felipe se paró y se bajo los pantalones, las manos de Elenita se unieron a la orden. Juntos desabrocharon el cinturón y los botones, la niña le quitó la camiseta y se recostó en la cama. Cuándo Felipe la vio ahí, sentada con el tirante del camisón caído y los ojos almendrados mirándolo, algo dentro de él le dijo que ya era hora. Se acercó, recostándose a su lado y sus manos comenzaron a sentir un cuerpo delgadito. La besó apresuradamente hasta de después de un rato, las manos de Elena lo atrajeron hacia ella, le resultaba increíble como una persona tan quebradiza tenía tanta fuerza para pegarse a su cuerpo. Ella comenzó por recorrer el camino de su entrepierna y como solo las mujeres iniciadas a temprana edad saben hacerlo, con cuidado se colocó encima de él, soltando un gemido que sumergió a Felipe en un éxtasis ininterrumpido. Elena se columpiaba suavemente sobre Felipe que solo atinaba a tomarla de la cintura, su cintura caliente al tacto, sus cabellos cayendo sobre su cara dejando entrever su boca, diminuta y delgada que aspiraba todo el aíre que le era posible.

Felipe terminó. Elena siguió unos segundos y después de inclinarse hacia atrás, dejó de moverse. La notó tranquila, relajada, como si acabara de ducharse y estuviera lista para ir a dormir. Se quedó contemplándola hasta que volvió la niña en sí, se paró y le pasó sus pantalones para que se vistiera. Él que no salía del asombro, cayó en cuenta de que estaba en una casa de citas y que Elenita, como las otras mujeres de la casa, cobraba por hora. Se vistió rápidamente, lanzando todo el tiempo miradas furtivas a la niña, que lo observaba mientras esperaba en la puerta. Caminó a la salida donde su padre lo esperaba en la sala. Quiso dirigirle una última mirada a Elena, pero ella ya había cerrado la puerta y encendido la radió, la música borraba cualquier vestigio de lo que pudo ocurrir en ese cuarto.

De regreso a casa, su padre no paraba de hablar sobre lo orgulloso que estaba y que tenía que contarles a sus hermanos. Felipe asentía sin ganas, Rogelio se dio cuenta y se calló de inmediato. En el resto del camino solo se escuchó eco de sus pisadas.

Ya al siguiente día, en el desayuno Rogelio le dijo a su esposa.
-Creo que Felipe está enculado- inmediatamente bajó la mirada, ya podía sentir los cuchillos como respuesta en los ojos de su esposa.
-¿Pero porque dices eso?
-Trae ojos de perro callejero.
-Te dije que era una tontería, pero ahí andas de alcahuete con tus hijos.
-Ya sé ¿pero qué hago ahora?
-¿Cómo que haces ahora? Pues nada hombre, como si no hubieras hecho suficiente. Ya sabes que lo enculado se quita solo.




Bueno, gracias por la invitación a escribir en Pipotweets. Espero que les haya gustado, ahí nos estamos leyendo chavos.