Una de mis historias favoritas y que siempre le cuento a mis nietos es el cómo llegué a ser Emperador de México.
Por increíble que parezca, todo comenzó cuando era apenas un niño de once años. El año era 2006 y brinqué a la fama nacional gracias a mi valor comparado con la hazaña de George Washington de cruzar el río Delaware. Mi valor al hacerlo fue opacado únicamente por la traición de uno de mis propios familiares: mi primo. Gracias a que otro de mis familiares distribuyó la evidencia de tal hazaña me volví conocido de la noche a la mañana. Salté inmediatamente a la fama nacional y casi internacional, oportunidades de trabajo se me ofrecieron y nueve meses después aquello que me definiría como futuro Emperador de México.
Aún dolido por la injusticia cometida contra mí, y haciendo uso de la simpatía de las personas, hice que todo aquél acontecimiento fuera recreado, pero esta vez con una voz de comando yo llamaría a un grupo de soldados que me salvarían de la traición de mi propio familiar, devolviendo así la esperanza a los corazones de la gente. Encontrar el lugar original no fue difícil, lo difícil fue convencer a mi primo de que esto debería hacerse porque la gente necesitaba verlo. Como no aceptó por las buenas tuvimos que darle dinero para que participara.
Fue un éxito. Justo en el momento indicado de la recreación la justicia llegó como un rayo y los papeles fueron invertidos. Yo había sido salvado haciendo uso de una fuerte voz de comando, y en el futuro eso iba a hacer que las personas se dieran cuenta que era un líder nato.
Los años pasaron y, aunque mi vida de estrellato y fama parecía desvanecerse en el olvido, aún había personas que me seguían reconociendo en la calle y eso, junto con mis frases, me acompañaron hasta entrada mi adultez. Para nadie es secreto que durante estos años nuestro país era un caos, yo mismo me uní a un grupo paramilitar ascendiendo poco a poco a ser la mano derecha de nuestro líder ya por todos conocido. Luego llegó el golpe de Estado al gobierno y luego de lidiar con la presión internacional era momento de reconstruir y tomar una decisión.
Nuestro líder era un líder de batalla, no una persona para gobernar y precisamente lo que menos buscábamos era un sistema de gobierno democrático. Las personas de nuestro país son desgraciadamente más estúpidas en su mayoría y en tiempos de elecciones serían manipulados por unos pocos que se harían cargo del país nuevamente cayendo en el mismo círculo vicioso. Lo que necesitábamos era algo radical: Un Emperador. Una persona que tuviera poder absoluto y fuera capaz de tomar decisiones. Todos los ahí presentes carecían de experiencia... excepto yo. Yo era el único que podía decir que fui Emperador por un tiempo e incluso tenía las fotos para demostrarlo, fotos que desde siempre he llevado conmigo. Irónicamente, mi único contrincante era el hermano favorito de nuestro comandante y su nombre era Fernando. Me dijo: "Edgar, vas a caer". A lo que solamente pude responder: "¡Guardias!", bajo mi voz de comando los guardias atacaron casi por instinto a Fernando y lo lanzaron por una ventana. Fue mi primer mandato como Su Imperial Majestad Edgar "El Regiomontano" I.