Oct 31, 2009

#laviejaescuela



Durante mi corto periodo de vida he tenido algunos maestros dentro del arte de la vieja escuela.

Mi difunto abuelo, hombre de campo, sencillo, trabajador. De niño me contó sobre como era el rancho. Me platicó sobre los bandidos que vivían en los cerros amasando una gran fortuna de dinero. El dinero, lo escondían en los cerros y -al puro estilo de los piratas- se quedaban olvidados en las cuevas debido a la muerte o encarcelamiento de los bandidos. Cuando salía a pasear las chivas con mis primos, siempre tenía presente los cuentos de mi abuelo y buscaba en cada rincón los tesoros olvidados de los piratas. Un día, haciendo el camino de rutina, nos encontramos un saco con pocas monedas marcadas con el año 1936. Habíamos encontrado uno de los tesoros de los bandidos que, hasta años después, supe que escondió mi abuelo.

La maestra Teresa Álvarez Diez me dio clases durante la preparatoria. Maestra viejísima, con arrugas en las arrugas y ambos pies en la tumba. Mis demás compañeros que ya habían llevado clases con ella en la secundaria, me advirtieron que era una maestra de cuidado. Y no bromeaban. Si no sabías algo te humillaba frente a la clase. Un día, El Panda (apodo que se ganó por estar lleno de canas en la nuca) no conocía una respuesta demasiado obvia. Tan obvia que la maestra pensó que lo estaba diciendo en broma... No recuerdo la pregunta pero sí recuerdo lo que pasó después. La maestra se para de su escritorio y se dirige hasta el asiento de El Panda. El Panda era, junto conmigo, de los que se sentaban hasta la última fila. Cuando la maestra por fin llega le pregunta cómo se apellida. El Panda se saca de onda y con duda le responde "Vargas Briseño". Vargas Briseño -repite ella con una cara de asco que haría palidecer al mismo Clint Eastwood- ese apellido es de campesinos -agrega ella. La maestra lo regaña mientras el resto del salón sigue en silencio contemplando la escena, luego de que se toma su tiempo le da la espalda para regresar a su escritorio. El Panda le muestra el dedo de en medio y -quien sabe como- la maestra Teresa se da cuenta, se regresa, le agarra el dedo para después tomarlo de la cabeza y estrellársela en la pared.

El señor Sifuentes es el encargado de cortarle el pelo a mi señor padre. A mi me llevaron desde niño y es el lugar al que más me gusta ir. El señor Sifuentes es un peluquero, no un putito estilista de esos maricas que te hacen un corte de pelo, te peinan, te maquillan, te ponen luces y te cobran como si te la hubieran mamado. Este cabrón es un peluquero que te hace un corte de pelo tal y como lo necesitas en quince minutos, es eficiente, hace un buen trabajo y tiene de las mejores pláticas del mundo. ¿Y qué dice? -me pregunta. Ya salí de la escuela, ahorita ando buscando trabajo porque además me salí donde estaba, los patrones se pusieron mamones y no me subieron el sueldo. - Pinches patrones -me responde. Y no he encontrado trabajo por ningún lado, nada más no salen ofertas. - Pinche gobierno -agrega.

Polo era, cuando lo conocí, un vecino del barrio de 32 años. La nota del periódico local era que se molió a golpes con un grupo de alrededor de 15 jóvenes de entre los 15 y 24 años luego de que estos piropearon a su esposa. Días siguientes lo vi caminando en la banqueta que queda frente de mi casa con una mano enyesada, lleno de gasas, moretones y la frente muy en alto.

Y he conosido muchos más, pero ellos son los que más recuerdo.