Ya es de día… otro día, otra vez jueves. Desde el lunes estoy esperando que me traigan las pastillas que les encargué y parece que les habló el viento. Me duelen las piernas cada que me levanto del sillón pero si no voy a la cocina y me preparo algo, voy a terminar tirada en la alfombra de la sala. Se me baja el azúcar y para que quiero, la última vez de repente empecé a ver negro y no fue hasta en la tarde que pasaron por los recibos del agua y la luz que me hallaron, lo bueno que estaba sentada en la sala cuando sucedió. Se asustaron un rato pero el gusto me duró poco, otra vez pretextos de compromisos y vidas en las que soy más que ajena. Ya ni se molestan en explicarme. Y la verdad es que para que se molestan si se me va a olvidar a los quince minutos, que importa.
Antes mínimo me buscaban una vez a la semana, se turnaban entre ellos y se mantenían al tanto de mi situación. Ahora, con suerte los veo los fines de semana antes de que se vayan a cenar todos arregladitos. Yo, en chal y pantunflas, me quedo a pensar porque habrán dejado de invitarme. ¿Será porque camino muy lento y los retraso? ¿Por qué no puedo comer de todo y tienen que ordenar cosas especiales que complican el pedido? ¿Porque me canso fácilmente y me tienen que aguantar ese ritmo que los desespera tanto?
Yo no era así. Cuando vivía Salomón que en paz descanse, estaba ocupada todo el tiempo; preparándoles el lonche, encaminándolos a la escuela, vendiendo en el puesto, corriendo a hacer la comida, limpiando la casa, ayudándolos con sus tareas que aunque no siempre podía, pero hasta donde mi cabeza me dejaba llegar, estaba dispuesta a echarles una mano. No paraba hasta entrada la noche, no señor, me exprimieron los días que pasaban y para cuando me acordé ya estaba por mi cuenta.
Mi cuerpo se cansó de tanto trabajo, trabajé duramente para sacarlos adelante a todos. Unos lo aprovecharon y viven mucho mejor, otros no supieron cómo seguir adelante y se quedaron en las mismas. Pero eso ya les toca a ellos, ni modo que los siga cuidando como antes. Ahora ya estoy muy cansada, cansada hasta para cuidar de mi misma. La vecina se da sus vueltas pero no puedo abusar de su confianza. Y aunque quisiera, al final estamos igual de jodidas las dos. Igual de viejas, igual de solas.
A veces no lo puedo evitar, me da coraje la verdad. Y es que pinche gente, ya ni porque es familia… uno los pare y no son ni para dar las gracias.