Feb 25, 2010

Café Para Todos



-¿Entonces estás seguro de que la viste?
-¡Claro que sí! No había manera de confundirla, tenía la bufanda morada que le regalaste.
-¿La que se pone en la cabeza?
-Sí Jonás, esa misma. – Simón hace una pausa para sorber de su taza. Voltea a ver a su compañero que no parecía muy convencido, pobre Jonás le costaba creerlo, la primera mujer que realmente le importa, le pone el cuerno con su profesor de física.
-Y el hombre con el que iba, no podía ser… - no terminó la frase, recordó todas las veces que Renata le había dicho que se quedaría a asesoría y él tenía que llenar su tarde con libros y cigarros. Las tardes que se ponía a estudiar porque no tenía nada mejor que hacer. Cuando en lugar de salir a caminar al parque con ella y sentarse en cualquier banca a platicar, ella se encontraba quien sabe qué cosa haciendo, con el profesor de física.
-Mira Jonás, lo mejor que puedes hacer es terminar con esto, sabes tienes cosas más importantes en las que pensar como para preocuparte por una chica. – Simón se dio cuenta que su amigo había dejado de prestarle atención. Jonás estaba perdido en su cabeza, tratando de entender como todo sucedió sin que él se diera cuenta, cómo fue que Renata pasó a buscar una compañía que no era la suya.

Simón le dio el tiempo necesario a Jonás para digerir la noticia. Sentados en la mesa pegada a la ventana empañada, dos amigos contemplaban las gotas estrellándose en el cristal. Una mujer a dos mesas de distancia los observaba, empolvada y perfumada, sostenía su taza con las dos manos cuando escuchó una silla moverse.

Lorena se veía muy contenta, el movimiento de la silla fue rápido y su saludo entusiasta, Marta sonrió como respuesta y la invitó a sentarse con la mirada.
-Lamento la tardanza, me encontré a un conocido en el camino y no pude evitar ponerme al día.
- No te preocupes, solo fueron diez minutos.
-Lo sé, pero nunca olvido lo puntual que eres. De no ser tú, hubiera llegado media hora tarde.
-¡Vaya! en ese caso me alegra que te preocupara. Espero que no te moleste que haya ordenado, te pedí lo de siempre. – Marta esperó la señal de aprobación que Lorena no tardó en darle. Siempre había buscado su aprobación de un modo u otro, la admiraba más que a nadie que pudiera recordar. Sus demás parejas habían cambiado con el tiempo y Lorena era la única que se mantenía fiel a si misma.
-Bueno, cuéntame ¿Cómo te fue?– Lorena se inclinó hacia delante, ansiosa por escucharla. -¿Lo conseguiste?
Marta ya había pensado cómo iba a decirle a Lorena que había conseguido el puesto de fotógrafa en la revista y no solo eso, le habían ofrecido un reportaje especial con estadía por 1 año en Tokio. Tomó aire y comenzó a explicarle todo, justificando cada uno de sus logros con historias de lo mucho que le había costado adquirir la experiencia como fotógrafa, todo para poder calificar para ese empleo.
-Entonces, es un hecho que te vas. – la sonrisa de Lorena había desaparecido. Su cara expresaba su intento de serenarse, lamentablemente ocultar lo que le pasaba por la mente nunca había sido su fuerte. La mesera le dejó su expresso en la mesa y ella apenas pudo murmurar un “gracias”.
-No esperaba que me ofrecieran irme de aquí. Pero tomando en cuenta la paga y la experiencia que aportaría, es una oportunidad que no puedo dejar pasar. ¿Lo entiendes verdad? ¿Sabes que todo lo que hago es por oportunidades como esta? – otra vez, Marta buscando esa mirada de aprobación en Lorena. Le hubiera gustado guardar la anterior en un recuerdo más limpio, pero su estado emocional no daba para aislar el momento.
-Sí, entiendo perfectamente. Pero eso no quiere decir que no me duela. La verdad es que creí que íbamos a seguir juntas pero obviamente no va a ser posible. – hizo una larga pausa y su expresión cambió, se volvió más dura. Tomó de un trago su expresso, volteó a la ventana. Marta pudo ver como el brillo de las luces se reflejaba en sus ojos llorosos. Lorena siempre tan frágil, cambiando de un estado de ánimo a otro en cuestión de segundos, pulverizando el temple de cualquiera, haciéndolo más difícil.

Las dos perdieron su mirada en la ventana, mientras sus tazas de café continuaron enfriándose en la mesa. Una señora de cabello largo y rizado, con abrigo negro y bolsa del mismo color, entró al local, pidió algo en la barra y acto seguido se dejó caer en un de los sillones del fondo. Tomó una revista y empezó a hojearla pero no podía más que ver las imágenes rápidamente. Todavía sentía la adrenalina en el cuerpo, sus manos temblaban y sus mejillas estaban encendidas.

Antes de llegar al café, Rocío colgó el teléfono en su casa. Había estado hablando con Gustavo y acordaron verse en ese café para ponerse de acuerdo. Rocío recién se había enterado de que su esposo había fallecido y que le había dejado todo a ella. Su marido, un magnate de los bienes y raíces, al que ni todo el dinero de mundo, ni las máquinas alemanas a las que estaba conectado, ni los doctores con maestría en Harvard le pudieron ayudar a prolongar más su estadía en este mundo. Sus pulmones dejaron de respirar para abrirle paso a su esposa que llevaba años encadenada a sus reproches, agriándole la existencia y haciéndola culpable de su enfermedad. Rocío se había mantenido fiel a su lado pero no podía negar el alivio que sentía, el peso que le había quitado de encima. Después de todo, su esposo nunca veló por sus intereses, su ambición era prioritaria. Pero ahora Roció era libre y podía imaginar un futuro para ella.

La mesera le llevó su bebida. Con las manos temblando tomó la taza y el calor del café se extendió por todo su cuerpo. Miró hacía la ventana y la lluvia había parado, unos rayos de sol se asomaban entre las nubes.