Ahí estaba yo, sentado escuchando Please, Please, Please Let Me Get What I Want y mirando por la empañada ventana, cuando tu subiste. Mientras avanzabas por el pasillo buscando un lugar donde sentarte te vi e imaginé que tal vez te guste leer, escuchar buena música, caminar bajo la lluvia -todas las mujeres de las que me he enamorado les gustan estas tres cosas en particular. Imaginé todo eso porque no te conozco.
Había lugares de sobra pero escogiste -con un movimiento violento, si me lo permites- sentarte junto a mi. Ahí estábamos los dos, sentados, tu con la vista fija al frente, yo dejé de ponerle atención a mis audífonos. Finjo que sigo mirando por la ventana. De vez en cuando volteo furtivamente pero tu sigues con la vista al frente.
Alguna vez escuché que la gente te habla pensando que no les escuchas por estar con tu música. Ingenuamente y a escondidas apago el reproductor. Nada. Me pregunto si te he visto antes, en algún otro viaje compartido pero soy malo con las caras y soy malísimo para ponerle atención a la gente.
¿Será prudente hacer un comentario? Algo sobre el clima. No, qué tonto. Un comentario pero palabras no salen de mi boca.
Regreso a la ventana y trato ver por el reflejo si me estas mirando pero resulta imposible. Qué tonto. Seguro ahora piensas que soy un loco paranoico o algo peor. Sonará extraño pero creo que de algún manera disfruto esto, estar simplemente sentado junto a ti, en silencio, en este incómodo silencio como a la gente le gusta llamarle.
Pretendo que hace mucho que nos conocemos y no es necesario hablar de algo en particular para disfrutar de tu compañía. Me cuentas todo, lo compartimos todo. Hasta los silencios.
Lástima que nunca lo sabrás.
Sentada ahí con la vista fija al frente.